martes, 22 de abril de 2014

El orgasmo del libro



 
-Tócame –le pidió el libro a la pluma.
-No me pidas eso. Sabes que si lo hago me condenarán por sacrílega – le respondió conmovida.
-¿Es que no te gusto? –insistió el libro.
-Me vuelves loca. La tercera frase del cuarto capítulo justo después del punto y seguido, es lo más tierno que he leído en mi vida. Y esa metáfora que escondes en la página 32…  La sintaxis que te corre por las venas es tan perfecta que parece de otro mundo. Tus silencios al final de cada capítulo. ¿Cómo no vas a gustarme, si la suavidad de tus hojas eclipsa la piel más tersa y el tacto de tu cubierta me hace soñar con tormentas tropicales? Tienes las guardas más locas que conozco y los créditos más sosos del mundo.
-Entonces, tócame –volvió a pedirle el libro. Y la pluma lo tocó. En la portadilla le dedicó un poema; en la página cincuenta y tres subrayó la palabra amor. Fue en el capítulo siete donde dibujó una carita feliz entre dos palabras esdrújulas. Y en medio del sujeto y el predicado de la novena oración del inicio del tercer párrafo del capítulo seis, hizo crecer una margarita. Le regaló un sol redondo y despeinado en el ángulo inferior derecho de la página siguiente a la muerte del marinero, y guardó en un cuadrado encadenado la palabra traidor.

Con cada trazo que la pluma garabateaba en sus páginas, el libro sentía más y más cerca el orgasmo. Ella se relajaba y el amor entre ambos crecía y crecía. Y cuando la pluma repasó la palabra fin y dibujó sus iniciales en letras capitales sintió que el libro temblaba y se dejaba cerrar dulcemente.
Cuando el libro volvió a su lugar en la estantería, ya no se sintió solo. Guardaba en su interior un diccionario de las emociones que había provocado.  


 23 de abril de 2014. 

                                        ¡Feliz día del libro!

sábado, 5 de abril de 2014

La importancia de llamarse Juan Ramón Jiménez

Dicen que Juan Ramón Jiménez, como en todo, también le dio un tratamiento peculiar y original a su ortografía. Su interés por simplificarla obedece, más que a una preocupación por la  Gramática, a un mayor acercamiento entre los fonemas y las grafías que lo representan porque defendía la idea de que había que escribir como se hablaba. (sic)

“Espresar con palabra lírica aquel espectáculo sobrecogedor de altura y lejanía, inmensamente acertadas... Aquel ofrecimiento amontonado de claridad tan lejana y tan cercana (...) aquel deseo mío de espresármelo…”

Cuando a mí se me cuela una H en te hecho de menos, porque la muy ladina es más sigilosa que una serpiente y no hace ruido a menos que su interlocutor sea extranjero, es una falta ortográfica grave.

Si yo he hecho que echar de menos tenga una letra de más, que por cierto es muda, ¿no podría entenderse que es porque detesto la discriminación y entiendo que una H merece ser tenida en cuenta igual que el resto de las letras?  Pues no. ¡Me cachis con la ortografía! 

 He decidido que en lugar de repetir la frase errada quinientas veces como en el cole, mejor escribir alguna tontería que sirva para refrescar la memoria.